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Cultura

En tierras de reyes y princesas, el linaje importa Hapunda tzitziki –una leyenda local

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Hay historias extraordinarias alrededor del mundo que intentan dejarnos una moraleja o explicar el origen de algún fenómeno –historias que alguna vez se creyeron verdaderas –pero que hoy en día solo permanecen como parte de la riqueza cultural de un pueblo.

La pregunta aquí es: ¿Son esos mitos y leyendas historias que fueron creadas por las mentes de nuestros ancestros, o están basados en hechos verdaderos? Nunca lo sabremos. Las leyendas no son verificables fácilmente, generalmente son contadas de boca en boca, o más común en nuestros días, publicadas en las redes sociales. Estas historias a menudo empiezan con, “Alguna vez oí …”, “Se dice que …”, “Cuenta la historia que …”, o la frase típica: “Erase una vez …” Lo anterior hace que encontrar la fuente original sea, virtualmente, imposible de rastrear. Desvelar la verdad donde yacen las leyendas urbanas, sin embargo, no es tan significante como la lección que nos enseñan o el fenómeno natural que intentan explicar antes de la aparición formal de la ciencia. Mientras que los folcloristas tienen sus propias definiciones acerca de cómo se forma una leyenda o un mito urbano y de la importancia de éstos en el desarrollo de una comunidad, los académicos no se han puesto de acuerdo en si estas leyendas, por definición son, demasiado descabelladas para ser reales. Aun así, ¿no sería arrogante acusar a nuestros predecesores de haber sido primitivos o sin educación así nada más, en vez de ofrecerles un elogio y nuestra admiración por su legado en general, por sus monumentos, arte, esculturas, edificios, obras escritas y sociedades que datan de tiempos ancestrales? Lo que no podemos negar es la magia que uno experimenta cuando cuenta o escucha una leyenda y la herencia cultural que éstas representan. Estas narraciones comúnmente usan un lenguaje tan rico que apela a nuestros sentidos y hace que nuestras mentes se rindan a re-vivir la historia que se está contando. Casi podemos ver, oír, oler, tocar y probar lo que nos están describiendo. Pues bien, dirígete a tu lugar favorito en casa, consiéntete con un café o tu té favorito, y disfruta de la leyenda que nos cuenta cómo se originó el Lago de Cuitzeo.
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Esta legenda se puede rastrear hasta antes de tiempos prehispánicos, tanto Alonso (2012) como López (2017) cuentan la historia de una hermosa, gentil y joven princesa de nombre Hapunda Tzitziki, quien vivía solitaria en el jardín de la Madre Natura, o Cuerauáperi y parecía haberse sumergido en una profunda e infinita tristeza. Por cierto, Cuerauáperi también era el nombre de la tribu a la que ella pertenecía. La Diosa (Madre Natura), para entretener a la princesa, creó dos ríos de aguas cristalinas y se los regaló; sin embargo, esto no hizo feliz a la princesa. A pesar de eso, el padre de la princesa la obligó a permanecer ahí
La siempre triste Hapunda se pasaba el día llorando. Sus lágrimas corrían libremente hasta mezclarse con el agua de las fuentes en el jardín, así como con los dos ríos que le habían sido regalados por la Madre Natura. Aun sacando llanto de las piedras, las lágrimas de Hapunda no tenían efecto en el corazón de los Dioses. Aunque ella rogara para que su amado guerrero regresara a casa sano y salvo, los dioses no la escuchaban. La tristeza de Hapunda era profunda porque su amado había sido enviado, por su padre el Rey, a luchar en batalla contra los chichimecas; y ella sabía que muchos guerreros perdían la vida en combate. Una mañana, Tata Huriata (el Padre Sol) resplandecía majestuoso sobre las montañas al mismo tiempo que cientos de guerreros marchaban sobre los prados de Cuaracurio (lugar donde se encuentra la ardilla). El sonido de las cuiringuas (instrumento de percusión) y de los caracoles asustó a un tzintzuni (colibrí) que estaba bebiendo miel de las manos de Hapunda. La princesa, que estaba feliz y sonriente alimentando al tzintzuni, con el sonido de las aguas cristalinas corriendo como fondo de la escena y transmitiendo la paz que la Madre Natura da, de repente, se puso triste de nuevo cuando el colibrí se alejó volando. La huida del ave le recordó la partida de su amado, pues ella pensaba que no lo volvería a ver nunca más.
Con el corazón latiéndole fuertemente, la princesa se abrió camino de entre los matorrales para ver si los soldados que se estaban acercando eran los de su padre y para cerciorarse de que entre ellos venía su adorado guerrero. Efectivamente, eran los soldados de su tribu. Ella se apresuró y le preguntó por su amado a uno de los soldados. Éste y el resto de los guerreros solo agacharon la cabeza en señal de su gran pena y continuaron caminando, anticipando así las malas noticias.
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Ella desesperadamente buscó a su padre y cuando estuvo frente a él le dijo, “Padre mío, trae de regreso a mi amado pues él se fue con tu ejército porque tú insististe en que él solo sería merecedor de mi amor si regresaba victorioso del combate.” Todo mundo guardó silencio. El Rey también enmudeció. Después de algunos segundos de mutismo, el Rey, inesperadamente, levantó su lanza y todos los guerreros se arrodillaron para escuchar lo que tenía que decir. “Hija mía”, dijo el rey. “Hapunda, Tzitziki (flor), la flecha de un chichimeca, de entre todos mis guerreros, lo ha escogido a él.” “Tata Huriata quería su sangre”, continuó el Rey. “Hemos ofrendado su corazón y lo hemos depositado a los pies de Tata Huriata, pues ese era el deseo del Tata.” Los ojos de la princesa se desorbitaron de terror y se llenaron de lágrimas. Con una mirada perdida y vacía desesperadamente buscó al Dios Sol. Ella sabía que el corazón de su amado estaba ahí. Decidió seguir la dirección de los rayos del sol, Tata Huriata. Los sacerdotes de la tribu trataron de impedir que Hapunda corriera hacia el sol, pero no pudieron con su ímpetu. Así que Hapunda corrió hacia el valle en busca del amado corazón de su adorado amante; corazón que había sido el botín de la batalla librada entre los cuerauáperi y los chichimecas.
Cuando llegó al lugar donde el corazón había sido depositado, ella lloró desconsolada. Después de unos segundos, su mirada extraviada buscó un lugar seguro dónde guardar el despojo sangrante resultado del botín de guerra. Al no encontrar ningún lugar, decidió regresar a su pueblo con el corazón entre sus brazos. Ella se mostraba violenta con cualquiera que osara acercársele o intentara arrebatarle el órgano, aún sangrante, recién recuperado. No era capaz de escuchar la voz de su padre o la de los soldados que la llamaban tratando de que entrara en razón y devolviera el corazón a donde pertenecía, pues las ofrendas eran consideradas sagradas.
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Como si la noche supiera, ésta se apresuró a caer, Hapunda, quieta y enmudecida, abrazó el corazón sanguinolento. Lloró y pronunció algo que nadie comprendió. La tribu se retiró a descansar por órdenes del Rey. El Rey decretó que dejaran a su hija sola para que pudiera estar de luto y llorara la pérdida de su amor imposible. El Rey creía que, al pasar el tiempo, ella se resignaría y que más tarde encontraría el amor en otro hombre que perteneciera a su mismo linaje y así pudiera vivir feliz por siempre jamás. Como el llanto de la princesa no se detenía, sus lágrimas de dolor inundaron todo el valle. Al día siguiente al amanecer, el Rey, sus guerreros y el resto de la tribu se encontraron con una sorpresa que nunca imaginaron. El valle estaba oculto y Hapunda tampoco estaba. ¡Habían desaparecido! En su lugar, había una gran laguna que abrazaba con sus aguas a un corazón. Este fue el origen del lago que ahora lleva el nombre de Lago de Cuitzeo.
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Si usted es un lector entusiasta de la historia local, de los mitos ancestrales y de las leyendas, encontrará muchas similitudes con otras historias que cuentan cómo se formaron los cuerpos de agua en la meseta tarasca
Lo anterior sucede porque, de acuerdo con González (2006), “Hapunda” significa lago o laguna en el antiguo p’urépecha, cuyo término correspondiente es “Japunda.” Así que no es de sorprenderse que encontremos que el nombre “Hapunda” (“Japunda”) aparezca en las leyendas que narran el origen del Lago de Pátzcuaro o del Lago de Zirahuén. Incluso, vale la pena mencionar que “Hapunda” es el nombre que ostentan las princesas en estas historias, pero no es el nombre de los cuerpos de agua. En el caso de Pátzcuaro es la princesa Hapunda quien se convierte en garza, a diferencia de la leyenda de Cuitzeo, donde la presencia de la princesa Hapunda Tzitziki –tan bella como una flor – es la que en realidad da origen a los dos ríos que subsecuentemente forman el lago con ayuda de las lágrimas de la princesa, quien llora la muerte de su amante, quien a su vez es representado por el colibrí que se asusta y parte de las manos de la princesa. Entonces, debemos concluir que “Hapunda” se refiere a los lagos o lagunas genéricamente y no se refiere particularmente a solo uno de ellos. Espero que haya disfrutado la lectura de este fascinante e inquietante cuento tanto como yo he disfrutado investigarlo para usted.
REFERENCIAS: ALONSO, Elsy. (2012). Lago de Cuitzeo (él no era de su estirpe). Recuperado de: https://mitoleyenda.com/mitos-y-leyendas/lago-de-cuitzeo-569 GONZÁLEZ, Andrés. (2006). Leyendas de agua en México. Recuperado de: http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n53/agonzalez.html López, José Manuel. (2017). Lago de Cuitzeo: El ocaso de una leyenda. Recuperado de: https://stquije.com/medio-ambiente/lago-cuitzeo-ocaso-una-leyenda Diccionario de términos prehispánicos: http://www.esacademic.com/dic.nsf/eswiki/586156
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