Cuando no sabemos el significado de algo pero debemos darle un nombre, tenemos dos opciones.
ICEBERG
Cuando los hablantes de una lengua necesitan nombrar algo, cuyo nombre no existe en su lengua, pueden hacer dos cosas, o bien, como ocurre con los inventos se crea la palabra recurriendo, en nuestra cultura, al griego, al latín o a ambos; es decir, lo que se hace con los inventos, porque si lo inventado no existía, obviamente tampoco existía su nombre; o bien si se quiere nombrar algo que no tiene nombre en la lengua que hablamos pero sí en otra, lo que se suele hacer es tomar prestada la palabra de la lengua que ya la tenía. Un ejemplo de lo dicho hasta aquí podría ser la palabra “iceberg”, tomada por el castellano, según dice el D.R.A.E., del inglés iceberg, que a su vez este habría tomado del neerlandés medio ijsberg ¿Y por qué toma el castellano en préstamo esa palabra? Porque la parte más septentrional de la Península Ibérica, en la que se formó el castellano, es la costa del Mar Cantábrico y allí nunca, en época histórica, hubo icebergs
Por tanto, cuando los españoles, presumiblemente al sur de América, vieron por primera vez una “Gran masa de hielo flotante, desgajada del polo, que sobresale en parte de la superficie del mar” (como lo define textualmente el ya citado D.R.A.E.) y preguntaron que cómo se llamaba y les dijeron que iceberg, usando de lo que se conoce como ley del mínimo esfuerzo a la que ya me he referido en alguno de mis artículos anteriores, tomaron la palabra prestada y la incorporaron, tal cual, a nuestra hermosa y rica lengua, porque ¿para qué crearla si ya existía?
Y eso, tomar prestada una lengua una palabra de otra, a es una práctica habitual, yo diría de todas, pero, por si hay alguna excepción que desconozco, diremos que de la mayoría de las lenguas.
Pero (y sí ya empezamos con los “pero”) si bien, como en el caso de la palabra “iceberg” hay préstamos necesarios; no obstante, también hay préstamos innecesarios; es lo que ocurre cuando los hablantes de una lengua, por ignorancia o por querer aparentar no se sabe qué –al menos yo no lo sé– toman prestadas de otra lengua palabras que ya existían en la suya propia. O, dicho de otro modo, es como si alguien que tiene varios millones de la moneda de su país toma en préstamo una o unas pocas decenas de esa misma moneda de que ya dispone en abundancia.
Y no prometo nada, pero es posible que en próximos artículos hablemos de otros casos de préstamos lingüísticos, necesarios o no.
Ernesto Belda y Tortosa
Valencia (España), 26 de febrero de 2021